martes, 1 de marzo de 2011

La modalidad argumentativa (en un ensayo) II


Como toda enumeración de derechos que se precie, la de los derechos de la lectura debe abrirse por el derecho a no utilizarlo —en este caso el derecho a no leer—, sin el cual no se trataría de una lista de derechos sino de una trampa perversa.
            Para comenzar, la mayor parte de los lectores se conceden cotidianamente el derecho a no leer. Aunque afecte a nuestra reputación, entre un buen libro y un mal telefilm, el segundo vence al primero con mucha mayor frecuencia de lo que nos gustaría confesar. Y además, no leemos continuamente. Nuestros periodos de lectura se alternan muchas veces con prolongadas dietas en las que la sola visión de un libro despierta los miasmas de la indigestión.
            Pero lo más importante es otra cosa.
            Estamos rodeados de personas totalmente respetables, a veces tituladas, e incluso «eminentes» —algunas de las cuales poseen bibliotecas muy interesantes—, pero que no leen jamás, o tan poco que nunca se nos ocurriría la idea de regalarles un libro. No leen. Ya sea porque no sienten la necesidad, sea porque tienen demasiadas cosas que hacer aparte de leer […], sea porque alimentan otro amor y lo viven de una manera absolutamente exclusiva. En suma, a esas personas no les gusta leer. No por ello son menos tratables, e incluso son de un trato agradable […] Son tan humanas como nosotros, absolutamente sensibles a las desdichas del mundo, preocupadas por los derechos del Hombre y entregadas a respetarlos en su esfera de influencia personal, lo que ya es mucho, pero hete aquí que no leen. Son muy libres de no hacerlo […]
            En el fondo, el deber de educar consiste, al enseñar a los niños a leer, al iniciarlos en la Literatura, en darles los medios para juzgar libremente si sienten o no la necesidad de los libros. Porque si bien se puede admitir perfectamente que un individuo rechace la lectura, es intolerable que sea —o se crea— rechazado por ella.
            Es inmensamente triste, una soledad en la soledad, ser excluido de los libros…, incluso de aquellos de los que se puede prescindir.

Daniel Pennac, Como una novela, Barcelona, Anagrama, 2006

No hay comentarios:

Publicar un comentario